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Siervas
Ilustres
-Sor Dositea
Andrés
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Siervas Ilustres: Sor Blanca Amo García“Heroicamente
dio la vida por auxiliar a su enferma”
Sor Blanca Amo, nació en Astudillo (Palencia), un 2 de
agosto de 1933. sus padres,
cristianos intachables, supieron educar a sus seis hijas
en el amor a Dios y la devoción entrañable a la Santísima
Virgen. En tan cálido ambiente el Señor llamó a su
servicio a tres de sus hijas: dos Hijas de la Caridad y
Sor Blanca que ingresó en las Siervas de María el día 18 de diciembre
de 1950. La
personalidad de Sor Blanca, destacaba por su sencillez de
trato, su carácter alegre y agradable, su entrega en los
trabajos y ocupaciones comunes, su dinamismo apostólico
que le hacía olvidarse de sí, para darse siempre y en
todo momento a los demás. Todos le querían porque a
todos les quiso ella, se preocupaba de los enfermos y de
sus familiares, siempre con sentido enteramente apostólico.
Y todo, con aquella alegría al estilo de Santa Mª
Soledad, que le hacía sentirse bien en todas partes. Vivió
así, entregada plenamente a los demás, con la
naturalidad de quien vive su fe hasta las últimas
consecuencias, emanadas de su amor a Cristo. Su
fe, su grande ideal de entrega, de semejanza con su divino
Esposo Crucificado, hizo que la lámpara de su caridad no
se extinguiera nunca. Con su sonrisa siempre a flor de
labios, sabía disimular y olvidarse de sí, para dar y
darse a los enfermos que cuidaba, tratando de
identificarse con la realidad más dura de la vida, el
dolor. Velaba
en la madrugada, porque era “Sierva”. Inesperadamente
se produjo un incendio
en los bajos de la casa. Humo y gas se expandieron por la
escalera. La catástrofe llegó al abrir las puertas de
los pisos para indagar lo que ocurría o en busca de
ayuda, como en el caso de nuestra Hermana, para salvar a
su enferma. Tanto
la Sierva como la hija de la enferma se afanaban por poner
a salvo a la anciana; pero ante la imposibilidad de
trasladarla, decidieron que la Hermana subiese al 5º
piso, a solicitar
la ayuda del portero. Un superviviente contó que sintió
golpear en la puerta del piso con viveza y una voz de
mujer que llamaba al portero por su nombre. Cumplido su
deber de pedir auxilio para su enferma, descendió al 3º
piso. ¿Fue alcanzada por los gases apenas llegó al 3º?.
¿Encontró cerrada la puerta?. Son respuestas que quedan
para Dios. Sor Blanca cayó desplomada, víctima de la
asfixia. El incendio se cobró cinco vidas más en esa trágica
noche. Sin
quemaduras, sin más señales que la palidez de la muerte
sobre un semblante tranquilo y apacible, con su delantal
blanco de enfermera ennegrecido por el humo, hallaron a la
fiel Sierva tendida en el rellano del 3º piso. “No
hay mayor amor que dar la vida…”
(Jn. 15,13), nos lo enseñó así el Señor. “¡Qué
gloria para una Sierva de María ser mártir de la
caridad!”, decía Santa María Soledad. A los 38 años de edad, Sor Blanca Amo García dio la vida “en servicio”, con toda naturalidad, con gran amor, entereza y valentía. Con la misma sencillez con que vivía su vida consagrada. Murió al servicio del mejor Señor, del que ya habrá recibido la recompensa a su sacrificio total, a sus desvelos por la ayuda prestada a los que sufren. (Astudillo - Palencia-)
«La muerte
de Sor Blanca vista desde Paris» La
prensa de aquello años publicó varios artículos sobre
el trágico suceso en el
murió Sor Blanca. El
artículo siguiente,
escrito por el sacerdote Don Antonio Oyarzábal, es un
precioso panegírico del heroísmo al por menor, de
los pequeños detalles de una vida que llena de
Dios.
¿Quién dijera que ibas a ser noticia en San Sebastián,
y hasta en Paris, donde acabo de leer en «Le Fígaro» la
triste nueva?. Desde luego que podías haberlo sido
cualquier otro día, por ese rosario de noches de vela que
fuiste dejando, como una estela, junto a la cabecera de
los enfermos. En plena juventud.., lo mismo un domingo que
un día de labor, sin fines de semana ni puentes en tu
calendario, hasta que la muerte dijera ¡basta!
Fue
necesario un accidente trágico para que nos diéramos
cuenta de tu vida contra reloj, durmiendo de día y
velando de noche, sin otra cartelera de espectáculos que
las señas del enfermo de turno y su ficha clínica.
Cuando
la tarde del domingo pasado, reparabas tus fuerzas como
todas las tardes, para tu jornada de cada noche, nuestros
equipos de fútbol se batían sobre el verde césped de
nuestra amplia geografía deportiva, turbando, tal vez,
una riada de coches, el silencio de tu celda, que daba a
la ruidosa arteria de San Martín. Y horas más tarde, se
perfiló por última vez, tu silueta de ángel por las
calles de nuestra Ciudad, en pleno hervor nocturno,
pisando ya sin saberlo, las playas de la eternidad. En
medio de la asfixia que apagó tu vida y cantaron los ángeles
como en aquella mañana radiante de tu profesión: «Ven,
esposa de Cristo, recibe la corona que
el Señor te preparó desde toda la eternidad».
Era
el premio de Dios a tu maternidad espiritual coronada de
lirios. Muchos te preguntaron por esos mundos, con más
ignorancia que malicia sin duda: «Hermana, ¿usted por qué
no se casó?». Ignoraban el misterio de tu virginidad
consagrada.
Por no dar tu cuerpo a nadie, pudiste dar tu alma a todos,
a tantos y tantos enfermos que te habrán llamado madre en
el cielo porque lo fuiste en sus dolores y en su salto a
la eternidad.
Tu
hoja de servicios, rubricada con la mayor prueba de amor,
como es dar la vida, es una apología de la juventud
moderna frente a tantos profetas del pesimismo que no
aciertan a ver en ella más que sombras. ¿Qué sector hay
en la sociedad que no presente tejidos enfermos? ¿No decía
San Benito que muchas veces Dios revela lo mejor a los jóvenes?
La juventud moderna seguirá brillando como una estrella
de esperanza mientras no falten en sus filas jóvenes como
Sor Blanca que hagan suyo el grito de Paul Claudel:
«La
juventud no ha nacido para el placer, sino para el heroísmo».
Dicen
que el heroísmo más difícil es el heroísmo al por
menor. Así fue el heroísmo de Sor Blanca. Constante como
el incesante manar de la humilde fuentecita que ofrece
todos los días su agua al fatigado caminante. Diluido
como el quehacer de una madre que se derrama en
innumerables actos de servicio.
Se
necesita ser un ángel de caridad para consagrarse todas
las noches del año y de la vida al cuidado de los
enfermos, familiarizándose con ellos como si fueran de
casa. Sor Blanca, ¿cuántas veces cruzaste las calles de
San Sebastián ocultando tus encantos de mujer bajo el
velo de un Hábito nimbado por una sonrisa siempre en flor
que contrastaba con la de tantas caras sofisticadas?.
Quizá te compararon, más de una vez, algunas parejas de
novios, al verte
caminar siempre sola, sin entradas de cine, sin ilusiones
materialistas de mujer. Pero yo sé que ninguno de esos
escaparates despertó miradas perturbadoras en tu corazón
primaveral, loco de amor por Cristo en los enfermos. Ya no
podrán sentir algunos trasnochadores aquel impacto que
sintieron al
cruzarse de arribada contigo, que también ibas de
arribada a tu convento, pero con el haber de una noche de
caridad que en vano tratabas de ocultar con la sonrisa
angelical de tu semblante pálido y ojeroso.
Pensabas
celebrar la fiesta de Todos los Santos en la tierra y la
has celebrado en el cielo agregada al coro de las vírgenes
que acompañan
al Cordero como su escolta de honor. Accediendo al
encargo de tus Hermanas, las Siervas de Paris, he
celebrado por ti la misa pero a decir verdad no muy
convencido, pues parecíame verte entre aquella multitud
incontable de elegidos que nos ha ofrecido San Juan en
grandiosa visión profética.
Tú
has muerto, pero no tu espíritu, que yo he visto
resplandecer
como una antorcha en estas Siervas de María de Villa de
la Reunión que en santa revancha han cantado una y otra
vez en el ofertorio: «Te ofrecemos Señor, nuestra
juventud».
¡Sor Blanca! ya sabemos que las matemáticas de
Dios no son las de nuestras escuelas. Pero hemos sentido
mucho tu baja. Dile al Señor que recuerde aquello que
dijo: «La mies es mucha y los operarios pocos». ¡Por
favor! que nos mande muchas Siervas de Maria que sepan ser
como tú, ángeles de caridad. Paris, 1 de noviembre de 1971
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